Tuesday, April 22, 2014

Motor En Movimiento

¡La literatura es colosalmente inútil! Y sé que podrían decir «¿Entonces por qué carajos escribes?» Y respondería: «Porque me gusta, me gusta hacer algo colosalmente inútil.» He de presumir que como 'escritor' tengo una reconocida carrera, inclusive antier me llegó mi invitación para registrarme como nominado para el premio nobel de literatura. La carta era beige, con un listón dorado y un sello que luce a don Alfred Nobel desde el lado de la cara que todos le conocen. Bueno, para darle sentido a esta narración: El día que llegó mi invitación a mi oficina (Sí, tengo una oficina en la que hago absolutamente nada), y emocionado volví a casa para contarle a mi esposa de esto -nuestra hija ya no vive con nosotros-. Mi carro es algo bonito, cuando se publicó mi segundo libro (Que en verdad dejé de considerar mio cuando fue galardonado bestseller) recibí un bono de parte de la editorial y decidí sacar ese carro. Es de un rojo brilloso, puedo conectar mi aparatos de audio y el ambiente se torna precioso cuando enciendo el aire acondicionado y me doy unos tragos mientras escucho entre una gran variedad de música al conducir. El caso es que traía música animada a todo volumen, me sentí desafiante al traficar y hasta rebasé a un taxi (cosa que no suelo hacer). Al llegar, abro el portón eléctrico pulsando el remoto, el cual no salió tan barato que digamos, ese me tardó 3 semanas después de la publicación del cuarto libro ¿Qué es lo que se gana un jardinero después de tres semanas de tratar a unas plantas? Considerando lo que yo le pago a nuestro jardinero, creo que ni medio portón compra, aunque no sé para qué quiere la mitad de uno. Al abrirse, meto mi coche, dejo que la canción se acabe, me bajo, y había dejado el portal eléctrico de la cochera abierto por accidente. Lo olvide, traía en mente la noticia. Ya había cerrado el carro y ya me había alejado unos pasos de él. Decidí más conveniente acercarme al botón de "sube y baja" que está en la pared (No sé si tenga un nombre en especifico, así lo denominé). Y lo presioné, le doy la espalda mientras escucho el sonido para asegurarme de que desciende. Ya conozco la longevidad del ruido, y estaba prediciendo que ya cerraría, pero en lugar del "clack" que hace cuando termina, unos chillidos lo remplazaron. Unos chillidos de una perrita, los de Migdalia siendo aplastada por la parte izquierda del portón automático, para ser precisos. A Migdalia la encuentro necesaria de describir: De la raza Shih Tzu, peinada con sus largos y gruesos cabellos que desde la cabeza le llegan a sus patitas, he de connotar que Migdalia es de baja estatura, no te llegaría ni a la tibialis anterior (la canilla, pues. Compré un libro antiguo sobre anatonomía humana y la palabrita se me pegó). Migdalia acababa de recibir su corte de pelo, y cuando la encontré aplastada por el gran cuerpo, me fijé en cómo se estaba despeinando, empece a idear un poema, que honestamente ya casi no recuerdo, decía algo como:

"¿Y si te despeinas?
¿Si pierdes el control de un mundo liso?
¿Quién te podría decir quien sos?
¿Quién dejaría que te aplaste un portón?
Del cielo o del infierno
ninguno de esos peinados te sienta."

El caso es que Migdalia no me dejó terminar, sus chillidos recitaban «¡Ayúdame, cabrón! Deja de idear versos mamones y sácame de aquí! ¡Me duele!» Corrí hacia ella, tomé desde abajo esa puerta de voluntad automática y la levanté. Desde abajo se sentía rugoso, me hizo fruncir el ceño esa sensación, y consideraba idear otro poema pero las lamidas de agradecimiento por parte de Migdalia y el portón subiéndose sin haber presionado el interruptor me hicieron distraerme. Cuando llegó hasta arriba, lo bajé de nuevo y ahora no había quedado recto, desde la derecha había un hueco. Forcé para que se cerrara, llevé a Migdalia dentro de la casa, donde su madre, mi esposa -No, no estoy casado con una can, ustedes saben sobre ese afecto familiar que se le adopta a los animalarios- le dio unos cariñitos y huesos sabor crema de maní para que se mantuviera calmada.
—¿Y traes la invitación? —me preguntó mi esposa después de narrarle lo que ya les he narrado.
—¡Joder! —exclamé— La dejé en la oficina. No pasa nada, tengo hasta enero para registrarme.
—Te deseo éxito —me dijo mientras acariciaba a Migdalia. Poniendo esa maldita y bendita sonrisa, a la que le debo el éxito que tengo y que me desea.
—Gracias —respondí sinceramente y le besé en los labios.
  Algo bueno de ser considerado 'escritor' es que puedo amar como uno, puedo construir toda una estructura y a partir de ella crear una fábula que podría fanatizar a alguien en base a mi amor. Lo trágico es que dicha estructura no iba a evitar que Migdalia fuese aplastada. Y todas las mentadas de madre que le aviente al sistema en mis textos, por más imponente, racional y bello que sea, nunca va provocar un gran cambio ¿Por qué? Porque esas organizaciones son más poderosas que unas 200 hojas. No hay que engañarnos, la literatura es colosalmente inútil, pero como la amo. Después de todo el bello desastre que creo con mi amada esposa a la hora de hacer intercambios, y después de que a Migdalia se le pasara el dolor de la machucada que recibió, ella tenía una práctica con un grupo artístico o algo así. Su carro está en mantenimiento por el momento, por lo que le presté el mío. Dije que me quedaría arreglando unas cosas de un libro de cuentos que tengo en proceso. Sale y a los 5 minutos la encuentro tocando la puerta.
—No cierra el portón. —Dice, y salgo a averiguar que pasa.
En efecto, el portón no cierra, quedando totalmente abierto. Hay unos cables de acero que supuestamente deberían de estar enredados alrededor de un circulo a manera de yoyo, y estos estaban mal acomodados y hechos bola, como un yoyo viejo y enredado. Decidí no mover nada. Al rato llamamos a un mecánico que se suele promocionar en Internet.
Al llegar, empezó a meterle golpes por todos lados. En serio, ni siquiera preguntó que había pasado, supongo que su primer paso es asegurarse que el portón sea capaz de moverse; pero a chingazos. Mi presunta mujer y yo sólo estábamos al pendiente de sus ataques. Después de lograr que baje unos ⅞ preguntó que fue lo que pasó. Al contarle, su única respuesta fue:
—Nunca hay que detener un motor en movimiento —Y le metió otro golpe al portón desde el riel por el que corren las minúsculas llantas.
Encontré eso exuberante, y pensé que podría utilizarlo en un texto (Y miren lo que estoy haciendo). ¿De dónde habrá sacado esa oración? ¿No sabe que se oculta una gran simbologia? Me di cuenta de que no cuando le dio un golpe bruto a la cuerda de acero. Esta se aflojo y él respondió con una cara de satisfacción. «Cada quien a lo suyo» racionalicé. Para este especialista, un motor en movimiento debe de ser el de un portón, o el de un carro. Pero yo lo llevé mas allá (y no sé si llamarlo bueno): Imaginé la potencia de un pueblo queriendo ser oprimido; a un superheroe siendo expuesto a su debilidad, y sin embargo logra apañárselas para salir victorioso. Me imaginé a dos jóvenes amantes que se escapan en tren, y sus padres al querer detenerlos no los alcanzan y estos se establecen en la altura de una montaña nevada, tendrían sus altas y sus bajas. Pero amándose y repartiéndose los quehaceres podrían subsistir con lo que me gusta llamar "felicidad a escala esporádica". Me imaginé a mi queriendo ayudar a Migdalia, pero el portón por anti-naturaleza misma no comprendió por qué querría contradecir la orden acatada mediante mi débil fuerza.
      El señor, que al agacharse no enseñaba su fisura del culo -cosa que agradezco y me sorprende-, lograba que bajara y que estos cables se desanudaran. Cuando quedó un divisible nudo a la vista, ésta persona puso su mano izquierda en el riel y con la otra trataba de desanudar el acero usando un destornillador de paleta. Cuando dio el movimiento certero, el hilo grueso se soltó, haciendo que el portón se dejase caer, y como tenia su mano agarrada con riel, el portón aplastó su mano contra él, cruelmente haciendo que él sea impactado con todo el peso del portón. He de connotar que Migdalia no fue aplastada con todo ese peso, al ser controlado por las cadenas y los cables de acero, este disminuía su peso, haciendo que sea mas repartido. Pero este señor no tenia nada de eso que le protegiera, ya que él mismo lo había aflojado. El tamaño del portón es grande, he de enfatizar. Un gran peso que nadie en su sano juicio quisiera lidiar en una simple mano.
—¡AY! —Grito el señor.
Mi esposa y yo nos apresuramos a intentar levantar todo para que pudiera sacar su mano, no sabíamos si era lo necesario para hacer que salga, pero fue lo único que se nos ocurrió. Tomamos el portón desde los ganchillos que tiene, la sensación era fatal, nada cómodo. ¿Cómo era que le daba palmazos como si nada? Pensé en mis manos, en todo lo que he escrito usándolas, en el sobre que me envió Alfred Nobel. Mis manos sensibles y maricas han creado y abierto esas cosas monumentales; pero no son capaces de tomar bien esta puerta de garaje. Y aun así, la cara del don se enrojecía, no gritaba, sólo fruncía el ceño fuerte para intentar resistir la tortura. La que ayudó en liberar al especialista fue mi esposa, ella resultó más fuerte que yo -y estoy consciente de ello desde hace mucho-. Logró liberar su mano. Se la sobaba quejándose quedamente ¡Qué aguante! Estando parado se masajeaba el índice de su mano izquierda, que fue la principal victima del accidente implicado. Se escuchó un crujido desde su mano "cjrack". Apretó los labios,cerró los ojos, se le movió su bigote, exhaló, y se arrancó el dedo, este, se le escapa de la mano y vuela cerca de un póster promocional de un libro que se publicó hace mucho. Era una novela de un aficionado torturador y su vida diaria, se desenlaza bajo la trama de que el gobierno le ha quitado su casa, y se propone la venganza -hubiera hecho que un objetivo sea aplastado por un portón, desearía reescribirlo-.
—¡Señor! —Exclama mi esposa, fuertemente impactada. Las nauseas le vinieron y tuvo que irse a vomitar.
Yo en verdad no supe que decir, he escrito decenas de palabras y hasta sé de múltiple gente que ha llorado leyendo lo que escribo. Pero en ese momento de los millones de palabras que he usado -claramente repetidas- ninguna me resultó conveniente. Me convertí en uno de los personajes de los que suelo redactar, de esos que no saben qué decir y bajan la mirada.
—¿Me presta un pañuelo, por favor? —pidió tranquilamente el señor mientras sangraba.
Corro y se lo traigo, me agradece, y su hemorragia se detiene. Mi esposa seguía encerrada en el baño.
—Y hielo en una hielera, si no es mucha molestia. —me inquiere ahora.
Me apresuro para recoger una pequeña hielera en la que suelo guardar una botella de whisky cuando salimos, vacío todo el hielo que tengo y se lo doy. Cuando vuelvo, el señor ya estaba sentado y el portón completamente cerrado. Tenia una cara de queja pero no decía nada. Le doy la hielerita y mete su mano ahí, se relaja.
—Oiga ¿podría acercarme mi dedo? —me pidió— La verdad es que ahorita me tiemblan las piernas y no puedo levantarme ya.
—¿Dónde quedó? —le dije para alargar la conversacion, queria evitar tener que agarrar ese dedo.
—Cerca de la pintura esa del muchacho con el traje rojo. —«en verdad, es sangre.» quise decir.
—Ah. Vale. —«¿¡Pero por que se lo arranco?!» me reprimí por decir. Sé que iba a querer escribir un relato a base de ello (ja).
Me acerco, lo tengo debajo de mi, sentí como si me hiciera ese gesto retador de "Ven... ven....". Me agacho, lo tomo y se sentía como un dedo ¡Válgame! Qué manera de expresarme, si los de la academia se enteraran me pedirían que me quede con la invitación como una simple metáfora. Opté por apresurarme para darle su dedo, lo toma, agradece y lo guarda en la hielerita.
—¿Si me la presta, por favor? Mañana se la traigo.
—Sí, no se preocupe.
—¿Tiene dónde guardar su carro?
—Tengo otro portón desocupado, ahí lo podría estacionar.
—¡Otro portón! —exclama— Como es que gana tanto de escritor?
—¿Usted me conoce? —le pregunto.
—¡Como no! —alza sus cejas— Mi hija es fanática de sus trabajos. Se emociona cada que se entera que habrá un libro nuevo de usted. La verdad es que ni se qué es lo que escribe.
—¡Vaya! Me alaga, mándele mi gratitud —dije—. En cuanto a lo de ganar tanto ni siquiera yo estoy seguro. Se trata de la recepción que te da la gente. Estoy contento de poder escribir siendo yo, y ser recibido de una buena manera.
—Y a veces pienso que le hace mas caso a usted que a mi. Y ni siquiera se conocen.
—No hay que conocerse para comunicarse.
    Permaneció en silencio, esperando a que le añada mi oración.
—Es lo que hace a la literatura útil —me contradije— se crea una conexión entre dos seres, sin tener que verse ni conocerse. Y muchos sentimientos e ideas se exponen, es muy interesante leer y escribir.
   Siguió en silencio. Creo que lo espante como si me hubiera arrancado un dedo.
—Conozco a alguien que le podrá conseguir los aparatos para amarrar los aceros de vuelta —dijo, para desvanecer el silencio. —Mañana en la mañana me comunico con él.
—¿Está seguro? No quiere concentrarse en lo de su dedo?
—¡Esto no es nada! —sonríe.
Se levanta, le agradezco y le ayudo a salir por la puerta principal. Quedó de volver junto con quien mencionó a la misma hora del día siguiente. Mi esposa se recuperó, y fue por un rato a su cita con el grupo de artes.

Al día siguiente, no olvide mi invitación Nobel y la llevé al hogar. La dejé en la cama. Cuando llegó el señor junto con su compañero, arreglaron inmediatamente el portón. Sorprendentemente, su dedo indice estaba de vuelta en su mano, se veían las suturas y que no tenia mucha movilidad; pero ahí estaba. Les pagué y se retiró su compañero, platiqué un rato con el señor y sobre qué se siente el perder un dedo.
—¡Esta no es la primera vez! —me contó— en el '88 perdí ambos meñiques en un table-dance, las dos bailarinas del privado estaban muy drogadas, me amarraron, y a puras mordidas me arrancaron los dos meñiques. No mentiré, si se sintió rico. Y el gerente al enterarse se aseguró de que esos meñiques volviesen a mi. Y crease o no, me pusieron  el del izquierdo en el derecho y el otro en el otro. Se me ven un poco chuecos y es por eso.
  Reímos y seguimos platicando.
—¿Cómo le puedo compensar? —dije. Dándole sólo dinero sentía que no era suficiente.
—Pues... Le platiqué a mi hija de que conocí a su escritor favorito. Y le agradecería si quisiera tener una conversación con ella. Me pidió que le dijera que no es ninguna genio y que quizá no es de su nivel, apenas va en la prepa, pero que en verdad tiene ganas de conocerle y hacerle unas preguntas.
—Claro —accedí.

Ese mismo día le invité a mi hogar, el patio era confortable ya que el jardinero acababa de podar después de tres semanas. La platica con su hija fue interesante, fuera de todo posible alago, creo que conocer a alguien que te lee y te encuentre entretenido es algo que hay que hacer como 'escritor'. Te hace expandirte y da un buen sabor de boca. Me preguntó sobre algunas tramas y los significados de algunos fragmentos poéticos. Yo le pregunté qué piensa hacer después de la prepa y me contó que se quiere lanzar como escritora, que ya tiene cosas preparadas. Le impulsé para que siga el sueño y le di unos consejos que me contaron alguna vez. Quedamos de vernos otro día, me enseñaría sus escritos y eso me entusiasmó. Su manera de expresión me agradó, creo que fue porque hay una influencia de mi en ella, qué curioso.
Y ahora todo este acontecimiento, esa familia me hizo pensar mucho en mi existencia en cuanto a mi profesión -si es que así se le puede llamar-. Llegué a la conclusión de que la literatura es tan útil como inútil. Pero seria genial saber cómo arreglar portones, o cómo tratar con amputaciones voluntarias de dedos. Pienso que mis trabajos deberían de tomar otro rumbo.
Seguí amando a mi esposa como sólo yo lo haría, seguí pensando en el universo y su materia, seguí pensando en torturas y parafilias extrañas -que es espero que el mecánico no lea-. No sé hasta dónde podría llegar, pero con todo el espíritu literario planeo llegar hasta tus huesos, hacer que se mantengan sanos. Que tengas una vida sana, que aprendas cosas útiles de una manera divertida, y que en las mañanas despiertes de mejor humor. Y como dijo el reparador "Nunca hay que detener un motor en movimiento" Al volver a mi cama vi la invitación al premio Nobel, decidí no registrarme. Aquel capaz de contagiar tal cosa en sus lectores, la energía de un motor imparable, es acreedor de la medallita y los dolares. Yo, por mientras, intentaré no aplastar a Migdalia.

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