Monday, April 14, 2014

Hijos De La Luna

Empezamos Semana Santa con un eclipse de "Luna Sangrienta". Cuando le pregunté a mi hermano la razón de por qué sucede, me leyó lo siguiente que sacó de algún articulo: «El Sol ilumina la tierra produciendo una sombra que cubre a la Luna. La atmósfera desvía la luz del Sol y filtra sus componentes azules, dejando pasar sólo la luz roja, dándole un resplandor cobrizo a la luna.»
—La Luna anda en sus días —dio por conclusión.
—Ya se pude embarazar —respondí, siguiendo el juego.
—¿Qué clase de hijos tendría?
—¿No hay una canción sobre eso? La de "Hijo de la luna".
—Si, pero no me la creo. La Luna tendría otra clase de hijos.
—¿Cómo?
—No sé, unos pequeños bastardos lunáticos que se roban cosas preciadas.
—Que mamón.
—Mejor que un tipo de piel morena.
Dicho Eclipse aun no sucedía, mi hermano revisaba constantemente su reloj de pulsera rojo -que se puso para combinar con la ocasión- y me decía cuánto falta para la hora indicada. Por mientras yo me disponía a ver la televisión, había un documental sobre orgías romanas. Nuestra madre trabajaba hasta tarde y hablábamos de la manera que nos plazca, y poníamos en la TV cualquier cosa que apetezca. Al parecer, los romanos tenían un refinado gusto por la sangre. La sangre que surgía del himen roto de las vírgenes involucradas era almacenada en un plato hondo para luego usarlo en un ritual para algún Dios. Me imaginé que pasaría si tal acto se acometiera ésta noche ¿Cómo se vería el reflejo de la luna en el plato de sangre? Apuesto que bien. Ideal para la portada de algún disco, libro, película o documental sobre orgías romanos.
—En 3 minutos salimos pa' fuera y nos buscamos un buen lugar.Ya debe de estarse calentando. —Me dijo mientras contaba los palitos de su reloj y los comparaba con el articulo que leía desde la computadora.
  Dicho y hecho, comí unos panecillos de vainilla y salimos a buscar un buen lugar. La barda que estaba entre nuestra casa y el de la vecina parecía un buen lugar. Nos montaríamos y desde ahí agarraríamos un buen ángulo para tomarle una fotografía. Trágicamente -¿trágicamente?-, al sentarnos sobre ella, pudimos alcanzar a ver el patio de la vecina y nos la encontramos en ropa interior con su novio, se besaban y él la jalaba del pelo apasionadamente. Ese espectáculo nos resultó más llamativo que el de un eclipse que sucede quién sabe cuántos cientos de años, y desde donde vivimos. Por nuestra desgracia -o fortuna- la vecina nos notó.
—¡Cabrones! ¡Bájense! ¡Pinches mirones! —gritaba la vecina iracunda.
—Disculpe, sólo queríamos ver la luna roja —profané para excusarnos.
—Ay mi amor, ya te lo vieron estos chamacos —dijo su novio entre carcajadas incontrolables.
—¡Hijos de su chingada madre! ¡Bájense! —exclamó con un repudio eterno contra nosotros, unos simples hijos de la luna.
  Su rabieta fue razón suficiente para que nos bajemos inmediatamente y lográramos esquivar unas pedradas que nos tiró. Nos quedamos quietos contra la pared, con miedo y escuchábamos como su novio la calmaba. «Deberías tener mas cuidado, amor. En parte, tú te los buscaste. ¡Mira la luna qué hermosa! Ya empezó el eclipse.» Cierto, todos esperábamos el eclipse -algunos a su manera, claro-. Al voltear, la luna se tornaba a un color cobrizo. El simple hecho de verla producía un sentimiento que miles de artistas han querido imitar aunque sea a escala.
—Vamos a la calle, para verla mejor. —sugirió mi hermano susurrando, salimos de inmediato.
El cobrizo que tomaba aquel satélite natural, era poco a poco saturado por alguna fuerza, llámese fuerza la simple desviación de una especifica gama de color. La atmósfera es tan chingona que puede desviar colores. De seguro existen algunos que aun no conocemos. Conforma la saturación se tornaba más sangrienta, he de dar a notar los aspectos que hacían este eclipse aun mas auténtico: Todo el alrededor de la luna -con esto me refiero al cielo, esa tela similar a un himen- cambiaba de ambiente por igual, fue un encanto ver a las estrellas lucir mas, y descubrir figuras que sólo había visto en libros o fotos. Sospecho que la atmósfera nos hizo un gran favor al darle ese color celestial de fondo. Créanme, si pudiera encontrarlo entre una lista de colores, se los escribirá así como tal. La conclusión a la que llegué para nombrarlo fue: La pandilla rindiéndose ante el clan rojo, o el barrio rojo rindiéndose ante el gobierno azul. Mi hermano ríe al verme.
—La luna menstruando —dijo.
—La hemorroide de Dios —bromee.
—Un grano en el cielo.
—La fracción de un vestido de puntos rojos.
—El puntito rojo ese que usan las Hindús. Es la Hindú-señal.
—Un pelirrojo en África.
—Y unos cuantos blancos de metiches —dijo señalando las estrellas.
—¿Y donde están sus hijos, pues?
—Por ahí andan, de lunáticos.
—¿Cabrones, estarán viendo a su madre haciendo una imitación chafa de Marte?
—Deben de.
Permanecimos un buen rato contemplando y sacando burlas sobre ella. Pensé en la vecina, y en los que comentaban por Internet que la veria, pensé en los viejitos que anhelan volver a ver un eclipse y hasta ahora se les hace. Pensé en todos ellos y mas mirando en un punto fijo que nos unía, -hermanos o no-. Y en parte estoy agradecido con mi hermano por la compañía, esta clase de espectáculo -a diferencia del de la vecina- es muy lento. Y es bueno tener a alguien con quien comentarlo, si hubiera estado solo, no hubiera durado ni 5 minutos afuera mirando hacia arriba a una luna inválida que se cocinaba. Cuando terminamos, sentimos gran culpa y hasta pedimos disculpas al cielo. Volvimos a casa y el documental ya había acabado,  y en su lugar, estaba un infomercial sobre telescopios con GPS estelar incluido. Lo compraría si tuviera el dinero, y así me podría guiar mejor para saber cómo llegar a ella. Hace rato no hablamos.
—Ya hasta se acabó el documental. —dije, sorprendido— ¿pues cuánto duró?
—Déjame checo —dijo mi hermano y revisa su reloj de pulsera. —¡Joder! No traigo mi reloj.
—¿Neta te lo robaron? —pregunté encabronado.
—Algún bastardo lunático se aprovechó de que andábamos bobeando.
—¿Qué le diremos a madre?
—No sé.
Durante ese silencio fui a orinar, lo primero que noté fue la presión contra mi pecho. Y al querer apuntar al inodoro fallé. Por lo tanto asumo que estaba mareado al compás de un dolor intenso de ojos. No recuerdo si me lavé las manos. No estoy seguro si debería atribuirle estos síntomas a la exposición contra el eclipse, o al haber tomado el reloj de mi hermano mientras este estaba perplejo. Al volver, lo veo rascándose los testículos en el sofá y me acuerdo de la cámara.
—¿Y la cámara si la traes? —cuestioné.
—¡Claro! Las fotos que tomé de la Luna Roja no las descuido.
—Pero no te vi sacar la cámara allá afuera.
—Yo hablo de la otra Luna. —prende la cámara y me muestra las fotos tomadas.
   Mi hermano bastardo lunático le tomó un buen de fotos a la Luna Roja de la vecina.
—¡Lindo! —exclamé.
Y olvidamos todo problema.


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