Friday, April 7, 2023

Mis vacaciones de verano (La violencia)

Fue en la prepubertad,

antes de aprender a odiarme

y de tener anhelos absurdos 

y vulgares. 

Fue un viaje a Hermosillo

con mi mamá, ni sé cuál era el motivo. 

Lo que si sé,

es que tenía unas crayolas que dejé en el tablero

mientras comíamos en el carls jr del blvd rodríguez

y al regresar, me encontré con la caja derretida

y un aroma terrible, 

que a mi parecer, duró un par de años.


Llegamos al sanborns

con un calorón que entonces me parecía extranjero,

ocasional, hasta un atractivo turístico. 

Y en el calorón, y afuera del sanborns,

estaba una señora, 

que en el aquel entonces pensé rarámuri,

porque pedía dinero y vestía prendas largas 

que le cubrían el cuerpo y la cara.


Nosotros íbamos llegando y ellos saliendo,

un par de hombres que no le dieron dinero a señora,

y mientras se alejaban, escucho a uno:

"de dónde soy yo, a esas les damos un balazo entre las cejas"

Yo no sé si eran sicarios o alusines,

pero si habilitadores de la violencia.

Siempre pensé que se referían a la señora

que pedía dinero.

Ahora que lo escribo

me doy cuenta de que aquella sentencia 

bien pudo ser, para ellos, sobre cualquier mujer.


Saliendo de la tienda 

tenía pánico de encontrármelos,

de que sus botas picudas

y la punta de su pistola

sean lo último que veamos en nuestra vida.

No los vi,

y no le dije nada a mi mamá,

ya sentía demasiada pena

por la peste a crayola en su carro.

Sunday, April 2, 2023

Mis vacaciones de verano (los ciboris)

Tendría seis o siete años

y era verano.

Todavía no me daba cuenta

de que podía querer o no

hacer las cosas:

Como hacer la tarea,

simplemente la hacía;

Saludar de beso a las tías,

simplemente daba el muak muak;

Como ir a cabullona,

simplemente vestía mis shorts playeros

y viajaba en algún regazo

porque en la cajuela del pickup viajan los grandes

y los chiquitos ni tenemos la opción.

Cabullona nunca ha sido la gran cosa para mi.

Recuerdo el sabor de las Lays del Dollar Tree

aromatizadas por el moho del charco y el carbón del asadero.

Los adultos pistearían, cantarían y gritarían como lo harían en cualquier otro lado

por lo que no entendía la necesidad de hacerlo acá.

Métete al agua, mijito, me decían. 

Y lo hice, y desde allí notaba a las vacas 

expectantes de la civilización asando a su especie.

Mi primo y yo competíamos por quien duraba más en el agua sin respirar.

Abría la boca, tragaba todo el aire posible y me sambutía.

1... 2... 3... 4... y de pronto me ahogaba.

"esa no contó, otra"

mi primo accedió, entre risas. 

Ahora si lo haría bien.

Abría la boca grande, grande,

y un mal cálculo me hizo tragar agua,

y entre ella lo sentí:

un cosquilleo por dentro de mis cachetes

casi golpeando mis labios como tocando la puerta.

De la vergüenza de ser descubierto,

decidí tomar un gran trago y seguir bajo el agua.

1... 2... 3... y me volvía a ahogar.

"¡te tragaste un cibori!" me dijo mi primo,

"¿Cómo sabes?" le pregunté

y allí me di cuenta de que yo era el único que se hundía 

mientras el sólo me veía batallar por mi vida desde la comodidad de la superficie.

Lloré y mi familia me consoló diciendo que el cibori no sobrevivirá y estaré bien.

Me dieron un plato de carne asada y ahora tenía vaca y cibori dentro de mi.

Me sentía enfermo y con una grave culpa.

Quizá me salga un cibori en el retrete. 


Debió ser al siguiente año

que en una pequeña bolsa de plástico transparente

capturé un escuadrón de ciboris.

Mi primo también.

Los conté, yo tenía 10 y él 7

y eso me hizo sentir un pequeño y ridículo triunfo.

Regresamos a casa sin más ritual que el conocido

y aquella noche soñé con una pecera que sería más bien un claustro

en el que mis ciboris y yo cohabitaríamos

y hacíamos las cosas sin preguntarnos mucho por ellas:

rezábamos, bailábamos la pelusa y nos tomábamos fotos digitales.

En ese mismo sueño, de mi boca salía el cibori que me comí 

y se unía a la pandilla

y mascábamos chicle 

y jugábamos Mario Party

en un mágico Gamecube para 12 jugadores.

Evidentemente, al día siguiente todos estaban muertos.

Sus pequeños cuerpos flotaban inertes al roce de la bolsa de plástico ahora verdosa.

Sin más remedio que tirarlos por el retrete,

me pregunté por los funerales de ciboris,

¿acaso las anfibias familias hacían un desfile automovilistico

por la corriente de Cabullona?

¿acaso ranas grandes viajan en las cajuelas

y los ciboris en el regazo de sus mamás ranas

cuando salen de viaje en su ford lobo acuática?


Los ciboris de mi primo seguían vivos

¿por qué fui yo el desgraciado?

¿fue un castigo por aquel cibori que me tragué?

¿fue demasiada ambición 10 ciboris?

¿fue por la bolsa?

¿era una advertencia

del luto

o de las consecuencias no deseadas del poder?

¿era un llamado divino

del antiespecismo

o de John Stuart Mill

sobre el sufrimiento que todo animal padece?

Nunca lo sabré.