Monday, February 17, 2014

Flema

Despiertas en una cama dura. Sin almohada. Nada de confort. Te duelen los omóplatos, la cara la sientes chueca. Despertaste desconcertado. Sin saber qué día es ni dónde estás. Como un típico cliché recurrente.
  Aparte de los achaques del mal dormir, tienes una resaca. Ese dolorsito en la cabeza; la 
sensación seca en los ojos. En el cuarto hay una ventana, y gente realizaba su rutina como si nada, como si no supieran que alguien como tú despertó desubicado en una extrañhabitación. Permaneciste en cama, tapándote toda la cara con una sabana delgada y con aroma a tierra. A las horas -o yo que sé-, fuiste capaz de levantarte. Te asomaste por la ventana y notaste un atardecer, uno de esos que recuerdas haber visto con alguien que (quizá) amas. La misteriosa fusión de naranja con rojo con azul con morado indicaba que el sol se estaba despidiendo -o te estaba saludando-, mas bien un "Hola adiós". Hola adiós, Sol.
Tenias la vista un poco nublada, aun 
así distinguías las cosas. La gente tenia sus negocios al estilo rural. Establecidos al rededor de una fuente. Distribuidores de frutas y verduras rondaban, otro con utensilios de cocina, caza, o ambos. La ropa que portaban era grisácea; un gris que le apuntaba a otro color. Algunas mujeres de falda larga traían un paliacate que les tapaba los ojos ¿Qué carajos piensan? Aunque tenían los ojos cubiertos se podían ubicar en el área. Cargaban cestos con comida de varios tipos. Cuando una de esas mujeres cruzaba con otra intercambiaban una fruta, o una verdura, o una pasta. Seguido a eso, con la punta de los dedos aplastaban el área ocular una a la otra. Grande fue tu impacto cuando te percataste de que lo profundo de lo que llegaban sus dedos no resultaba natural, sin que ni una se quejase. Cada una enterró la mitad del dedo y lo doblaron para escarbar. En ese momento, los escalofríos desde la nuca  hasta el final de la columna fueron inevitables. Temblaste, y las mujeres seguían escarbando. Tu vista recobró habilidad y notaste que lo que caía del escarbar de las mujeres eran unos granitos verdes. Caían al suelo uno tras de otro de las fosas de las mujeres. Cesaron de caer. Ambas hicieron un gesto de agradecimiento y siguieron su camino. Al rato las dejaste de ver. La gente seguía vendiendo y tu ibas perdiendo poco a poco tu resaca. Cada 2 o 3 minutos alguien en algún lado aplastaba tu botón de ↓RESACA↓. Qué raro, no es como si no recordaras lo que hiciste ayer; fue un martes común y corriente. Estuviste presente en los lugares que frecuentas, hablaste con la gente que ves a diario, comiste lo normal: huevos de desayuno, pollo en la comida, y cereal en la cena. A ratos tomabas agua o eso que siempre ansías tomar. Lo normal, un día normal en tu vida. Pero ahora estás presente en un cuarto extraño, frente a una comunidad extraña. Con los granitos verdes en el suelo, los hombres que iban acompañados de una mula los evitaban como si fuera un bebé ajeno pidiendo comida. Niños que caminaban casualmente también lo evitaban. Hasta un perro moribundo prefirió ir por el otro lado de la fuente. Una campana sonó. La gente empezó a empacar sus cosas, a guardar las provisiones, a meter animales a los corrales. Madres gritaban unas palabras que no recociste para llamar a sus hijos. En menos de 10 minutos -o yo que sé-, todos se habían desocupado. El atardecer seguía en puesta. Recordaste a una persona que le hubiera gustado compartir ese escenario contigo, con todo y granitos verdes inusuales. Ahora que lo piensas, parecen comida para pez. De esos que tu tía tenia y los contemplabas con los ojos pelones directamente en el vidrio. Lo golpeabas con la punta del indice, toc. toc. toc. Los peces como si nada.
   La plaza estaba vacía, solo los granitos habitaban, La fuente seguía fluyendo. Decidiste salir, sólo asomarte un poco y descubrir la estructura de ese lugar. Y si te encontrabas a alguien, tal vez charlar. Con mucha energía, saliste de manera sigilosa del cuarto. La puerta era práctica, una puerta común. La pensaste por demasiado tiempo que te preguntaste porqué gastaste tiempo en ello. De seguro, ya ha anochecido.
Primero sacaste la cabeza, un pasillo colindaba con el cuarto en el que estabas, volteaste a la derecha, y se extendía a otras puertas comunes con perillas comunes, como la que tienes en la mano. Ningún alma habitaba, era de esperarse; mostraron mucha prisa por irse. A la izquierda, la puerta aparentemente principal para bajar por la escaleras aparecía. Trataste de actuar lo más callado posible. Un pasito con la puntita del pie, luego el otro. Recordaste a un ladrón de las caricaturas. Eras prácticamente algo como ese ladrón, te robabas aire de un mundo un tanto ajeno a lo que conoces. Abriste la puerta con facilidad, tranquilamente bajaste por las escaleras y en cada piso puertas idénticas a la tuya aparecían. No quisiste saber que había dentro de ellas. Bajaste unos 3 pisos, miraste hacia arriba, y el techo era blanco. En las paredes dicho blanco caía como si quien lo hubiera pintado hubiera agarrado la brocha y se hubiese tirado. Se desvanecía y el color gris tomaba lugar. Quien sea que haya pintado a media caída remojó la brocha en gris y siguió cayendo. Y ahora que que te fijas, el piso es negro. Vaya, que sorpresa -en un tono sarcásticopor favor-. La entrada principal -o la únicaahí estaba. Te acercaste, con la misma precaución, tomaste la perilla, Giraste. Asomaste un ojo. Y tenias frente a tí la fuente. Abriste un poco más, y ahí estaban los establos. Sacaste la cabeza, volteaste hacia arriba, y la luna no aparecía. Tal vez estuviese del otro lado del edifico, o tal vez no estuviese del todo. Saliste por completo y lo primero que notaste fue el frío, no era tan frío como para que de tu nariz o boca saliera ese humo con el que sueles pretender que fumas; aunque si temblaste un poco. Todo estaba idéntico a la última vez que lo viste. Los granitos verdes siguen posados en el suelo. Diste una vuelta alrededor de la fuente, analizaste sin tocar nada. La influencia rural era notable, te hizo recordar una comunidad europea de siglos pasados No había letra alguna, no había nada que leer, o señales que indicaran cualquier cosa. Una mula se asomó y cruzó miradas contigo. Definitivamente te percibió como un extranjero. Preferiste regresar. Giraste hacia donde los granitos verdes estaban y dos peces flotantes comían de ellos. Te quedaste con los ojos pelones, al ver a esos peces abrir y cerrar su boca de esa forma peculiar. Sus traqueas se inflaban y ellos tenían los ojos mas pelones que túAbrían y cerraban la boca, abrían y cerraban. Sentiste asco, pánico, incomodidad. Los peces abrían y cerraban la boca, aun con los ojos pelones. Uno tras otro, consumían los granitos que las mujeres que se escarbaron los ojos dejaron. Sucesos surreales frente a tí pasaban ¿Qué podrías hacer? ¿esconderte? Buena idea -o yo que sé-. Te escondiste cerca de la mula, que le resultó aun más distante tu presencia que la de dos peces flotando en el aire libre. Hiciste la posición que te resultara eficaz, esa que haces cuando tienes miedo. Te parecía eterno estar en ese apretado y oscuro lugar viendo a esos peces comer, pero a la vez no avanzaba el tiempo. Añádele el temor a ser atrapado por ellos, o por la gente, o por la mula. El estar apretado debajo de ese establo hecho por gente que definitivamente no es como la tuya. La furia de que hayas irracionalmente aparecido en ese lugar  contra lo conocido ¿Por qué te tuvo que pasar? 
Los peces terminaron los granitos y se elevaron como lo haría un pez, a manera de nado. Nadaban en el aire -por más raro que suene-, abrían y cerraban la boca. Ya una vez con altura, pudiste definir sus colores, uno era naranja y el otro verde, Ambos con una textura neón. Recordaste a las mascotas de tu tía, esos peces  no se llevarían bien con estos. El frió seguía. Temblabas, apretrado y bajo una mula. Los peces nadaban de manera casual, como en su pecera. El exterior era su pecera. Al rato, de su retaguardia, una esfera parecida a una canica salia, y otra tras otra -como se comían los granitos-. Eso, pensaste que probablemente serían sus huevos. Pusieron algunos, los examinaban todos de cerca como pasando lista. Terminaron y se fueron, dejando 8 huevos idénticos a canicas suspendidos alrededor de la fuente. Los peces se fueron; ese era tu momento para escapar y decidiste aguardar un rato más porque uno de esos huevos vibró. Sucesivamente a eso se desintegró poco a poco para dispersarse en el cielo, formando nada más y nada menos que una aurora boreal. Por primera vez en tu vida, viste el principio y el fin de una. La contemplaste, maravillado, no hace falta describirlo, miles de poetas lo han hecho. Los demás huevillos seguían ahí como si nada. Quizá esos peces no sean tan malos como parecen. Y es de esperarse el impacto que tuviste, nunca te imaginaste ver un evento así. La aurora brillaba en el cielo. El agua de la fuente se reflejaba y hacia el juego todavía mas bello. Decidiste regresar, tienes que conocer -y con esperanza, comprender- este lugar. Regresaste al edifico y lo que creías que sería blanco, gris y negro te recibió siendo idéntico a una aurora en vertical. El subir esas escaleras fue todo un placer visual para tí.

A la mañana siguiente la gente realizó la misma rutina de ayer. Los huevos pendían alrededor de la fuente y ellos actuaban como si fuera de lo más normal. Un que otro niño se quedaba viendo, pero luego se enfadaba y se iba. El campanazo sonó. Guardaron sus cosas, sus animales, granitos verdes nuevos tirados en el suelo. Una vez dado aquel toque de queda, volviste a salir. La aurora ya no estaba. Encontraste una zanahoria, hacía rato que no has comido y ni siquiera habías pensado en comer. La tomaste, la mordiste, navegó por tus dientes sólida y crujiente y un trozo se quedó atrapado, justo como te suele pasar. Fuera de eso, el sabor era normal, sentiste un alivio. Fuiste mas allá de la plaza ésta vez antes de que aparecieran los peces. Unos edificio parecidos al tuyo -si es que así podemos llamarlo- era la vista. De seguro, gente estaba ahí dentro. Aunque eran demasiados edificios para la gente que sueles ver, figuraste que para cada persona hay un edificio y cada uno se va pintando de acuerdo a lo que les toca ver a sus residentes. Sólo fue una teoría, claro. Más allá un llano amplio, seco, amarillo, pastoso y que suena a crac como zanahoria en tu boca; pero en vez de morderlo, caminabas por él. Unas vacas comían de mala gana ese pasto amarillento y te miraban como la mula lo hacia. A lo lejos, una persona (no alcanzabas a distinguir su genero) extendía sus brazos al cielo. Inhalaba y exhalaba, tú te limitaste a sólo contemplarla desde la lejanía. Basada en tu corta experiencia -o según tú, larga-, sabias que eso era lo mejor, contemplar, como un sueño. No te gustó la idea de que sea un sueño, esos pasan y tú eres únicamente espectador, es mejor que la vida sea una patada de realidad; al menos así sabes que es tuya. ¿Sería lo mejor contemplar? ¿Tienes oportunidad de volver? Asumiste que no habría manera de saber tal cosa contemplando. Decidiste interactuar, bien. Paso a paso te acercaste y descubriste que esa persona que alzaba los brazos hacia el cielo en forma de gloria, era del mismo sexo que tú. Su tórax se expandía en respiración profunda, esa persona meditaba. Sus brazos, cambiaron de tono, a café, un café similar al del tronco de un árbol, y en efecto, la textura aparente en su piel era la misma de un árbol, sus dedos se fueron extendiendo poco a poco crecían hojas del antebrazo y otras ramitas pequeñas se bifurcaban. De su cabeza también se extendieron más ramas como cuernos. La persona, dándote su espalda, seguía ampliando su tórax mediante la respiración. Una vez terminada la transformación, te acercaste un poco más. Tu corazón latía de una manera increíble. Tus pies, al contrario, se rehusaban a avanzar. Con movimientos esporádicos te acercabas a esa persona, entrecerraste los ojos como cuando no alcanzas a leer algo que está lejos. Esa persona que acababa de sufrir una metamorfosis, escucha los cracs de tus pasos. Se volteó, y ahí fue cuando nos conocimos. Tú me viste como a manera de árbol. Yo, desde otra dimensión te distinguía como un ser vivo hecho de luz, depende de tu humor cambiaba la tonalidad. A veces me irritaba a veces tan opaca que te extrañaba. Siempre he amado ese fulgor. Creíste que era una ilusión, pero joder, casi todo lo que sucede aquí parece ser una ilusión. Nos aventuramos a conocernos, en esta conexión extraordinaria que nos pasó.
Para resumir lo que ha pasado, lograste establecerte en ese lugar al cual llegaste de trancazo y de alguna inusual manera. Llevas una vida tranquila, lograste comunicarte con los ciudadanos, haces trueques con los dueños de las tiendas, tú les surtes manzanas y ellos te dan de lo que producen. Dicha fruta la obtienes de mi, que te otorgo con gusto. No eres como las mujeres con paliacate, tampoco como los señores encargados, y mucho menos una mula que lanza una mirada distante a la gente nueva. Eres tú sin maquillaje alguno. Alguien que tiene todo un edificio decorado como una aurora. Con el tiempo los huevos nacieron y nuevos peces nacieron. Dado el toque de queda, surgen comen de esos granitos verdes. Descubriste que no son ni buenos ni malos, sólo están ahí. Las mañanas haces lo que te plazca, esa cosa que tanto te gusta. Al mediodía sales a pasear por la plaza, a hablar con gente que sueles frecuentar. O haces los trueques necesarios. Nuestras manzanas son apreciadas. Las tardes las sueles pasar conmigo, platicamos experiencias que hemos vivido cada uno y creamos nuevas. Te cuento que la vida de árbol no está nada mal. La única molestia es que los perros me orinen demasiado. Escuchamos un vinilo que inicia con dos acordes de piano acompañado de un violín que se aventura a recorrer posibilidades desde bajos a altos, tu y yo nos mecemos al compás. Nos gusta jugar al reversí y ver lo aurora boreal desde la lejanía. Llevamos una vida flemática.

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