Tendría seis o siete años
y era verano.
Todavía no me daba cuenta
de que podía querer o no
hacer las cosas:
Como hacer la tarea,
simplemente la hacía;
Saludar de beso a las tías,
simplemente daba el muak muak;
Como ir a cabullona,
simplemente vestía mis shorts playeros
y viajaba en algún regazo
porque en la cajuela del pickup viajan los grandes
y los chiquitos ni tenemos la opción.
Cabullona nunca ha sido la gran cosa para mi.
Recuerdo el sabor de las Lays del Dollar Tree
aromatizadas por el moho del charco y el carbón del asadero.
Los adultos pistearían, cantarían y gritarían como lo harían en cualquier otro lado
por lo que no entendía la necesidad de hacerlo acá.
Métete al agua, mijito, me decían.
Y lo hice, y desde allí notaba a las vacas
expectantes de la civilización asando a su especie.
Mi primo y yo competíamos por quien duraba más en el agua sin respirar.
Abría la boca, tragaba todo el aire posible y me sambutía.
1... 2... 3... 4... y de pronto me ahogaba.
"esa no contó, otra"
mi primo accedió, entre risas.
Ahora si lo haría bien.
Abría la boca grande, grande,
y un mal cálculo me hizo tragar agua,
y entre ella lo sentí:
un cosquilleo por dentro de mis cachetes
casi golpeando mis labios como tocando la puerta.
De la vergüenza de ser descubierto,
decidí tomar un gran trago y seguir bajo el agua.
1... 2... 3... y me volvía a ahogar.
"¡te tragaste un cibori!" me dijo mi primo,
"¿Cómo sabes?" le pregunté
y allí me di cuenta de que yo era el único que se hundía
mientras el sólo me veía batallar por mi vida desde la comodidad de la superficie.
Lloré y mi familia me consoló diciendo que el cibori no sobrevivirá y estaré bien.
Me dieron un plato de carne asada y ahora tenía vaca y cibori dentro de mi.
Me sentía enfermo y con una grave culpa.
Quizá me salga un cibori en el retrete.
Debió ser al siguiente año
que en una pequeña bolsa de plástico transparente
capturé un escuadrón de ciboris.
Mi primo también.
Los conté, yo tenía 10 y él 7
y eso me hizo sentir un pequeño y ridículo triunfo.
Regresamos a casa sin más ritual que el conocido
y aquella noche soñé con una pecera que sería más bien un claustro
en el que mis ciboris y yo cohabitaríamos
y hacíamos las cosas sin preguntarnos mucho por ellas:
rezábamos, bailábamos la pelusa y nos tomábamos fotos digitales.
En ese mismo sueño, de mi boca salía el cibori que me comí
y se unía a la pandilla
y mascábamos chicle
y jugábamos Mario Party
en un mágico Gamecube para 12 jugadores.
Evidentemente, al día siguiente todos estaban muertos.
Sus pequeños cuerpos flotaban inertes al roce de la bolsa de plástico ahora verdosa.
Sin más remedio que tirarlos por el retrete,
me pregunté por los funerales de ciboris,
¿acaso las anfibias familias hacían un desfile automovilistico
por la corriente de Cabullona?
¿acaso ranas grandes viajan en las cajuelas
y los ciboris en el regazo de sus mamás ranas
cuando salen de viaje en su ford lobo acuática?
Los ciboris de mi primo seguían vivos
¿por qué fui yo el desgraciado?
¿fue un castigo por aquel cibori que me tragué?
¿fue demasiada ambición 10 ciboris?
¿fue por la bolsa?
¿era una advertencia
del luto
o de las consecuencias no deseadas del poder?
¿era un llamado divino
del antiespecismo
o de John Stuart Mill
sobre el sufrimiento que todo animal padece?
Nunca lo sabré.