Una alarma suena,
aturde los oídos de Agua Prieta y Douglas.
La frontera está sangrado:
una laceración
kilométrica
se abrió sobre el asfalto.
Podemos ver la hipodermis del planeta,
los barrotes fronterizos se deshacen
y lloran
como si la distinción se tratara de un juguete.
Niños,
mujeres y hombres
se infiltran a Estados Unidos.
Bañados en sangre y tierra:
lodo,
cavan más profundo sobre el suelo
y sus venas se abren,
y las sirenas no son más que un llanto
que ha esperado décadas por ser escuchado.
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