En un callejón desatendido
la hallamos desarreglada,
acompaña de
perros transigentes,
sobrios y esbeltos.
Posan sobre su cuerpo
abejas y moscas
celebrando ceremonia y
un danzón sobre
perder el tiempo.
Sus facciones y su plexo,
inconfundibles, eran
musarañas. Y la cabeza alegre
de una mandrágora bastarda
nos saludaba desde una aureola.
Reaccionó, claro que reaccionó,
y nos habló de subjetividades,
sus extremidades dañadas
y la realización de lo poco
que puede uno ser de uno.
Le dimos agua y un gansito
qué a Chávez le dio verguenza
por acabarse.
Nos llamó pendejos
y se fue caminando.
Por primera vez pensé
que no estaría mal
para la humanidad
volver a Dios.
No lo reportamos.
Nadie la reportó.
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